Al día siguiente, viernes, en la Asamblea General de la Andi, se desarrolló todo un panel relativo a la sostenibilidad en el cual participó el nuevo Ministro de Ambiente, Gabriel Vallejo, quien se refirió a la necesidad de superar la pobreza en Colombia como condición obligatoria para una gestión ambiental sostenible. El desarrollo no puede estar basado en la destrucción ambiental, pero tampoco puede sacrificar su promesa de transformaciones sociales equitativas, dio a entender. A partir de esta intervención se podría construir una propuesta específica de pilares ambientales para la competitividad: ya hay empresas que arriesgan capital en actividades con efectos ambientales positivos que no necesariamente rentarán en su negocio.
El enfoque de la sostenibilidad fue presentado como un cambio de paradigma al cual los inversionistas deben prestar atención no solo por la proyección a futuro de las actividades productivas de cada sector, sino porque de ello depende la supervivencia de la sociedad. En ese sentido, habría dos escalas en las cuales operaría la sostenibilidad: la endógena, o “débil”, y la sistémica o “fuerte”. La primera, se manifiesta con una perspectiva de reconversión industrial con tres fundamentos, que podrían leerse como pilares: i) adaptabilidad al cambio global y a las transformaciones sociales y ecológicas aceleradas que están incrementando la incertidumbre de todos los procesos, ii) ecoeficiencia como respuesta urgente a la débil inserción de los ciclos productivos dentro de los ciclos ecológicos, y iii) justicia ambiental, para dejar de exportar o imponer la degradación en extremos ocultos de la cadena, generalmente ocupados por poblaciones vulnerables pero que cada vez están más conectadas en redes y organizadas en resistencias que niegan la licencia social a las modalidades clásicas y excluyentes del desarrollo.
La segunda perspectiva de la sostenibilidad, está el requerimiento de una transición ambiental de toda la cultura, basada a su vez en tres pilares: la seguridad ecológica, la capacidad preventiva y la capacidad restaurativa. Todos requerimos la primera, entendida como bien público, para adelantar nuestras actividades: los servicios ecosistémicos dependen del funcionamiento saludable de la biodiversidad, y ello no depende de iniciativas empresariales o privadas particulares, sino de la acción coordinada del Estado, la sociedad civil y el sector privado, y armonizada con los tiempos ecológicos. La capacidad preventiva es una capa de la planificación ambiental que tiene dimensiones territoriales y sectoriales que deben superar la retórica de los planes de ordenamiento y manejo ambiental y pasar a la acción, lo que a su vez requiere un gran crecimiento de las inversiones en su implementación. Y la capacidad restaurativa es indispensable para disminuir la vulnerabilidad construida por décadas de poner en práctica un modelo de desarrollo ciego, sordo y mudo ante los procesos ecosistémicos y sociales complejos típicos de cada país, y que continúan degradándose por la ligereza con que son tratados.
Al final, la competitividad parece requerir también pilares ambientales sólidos: información, conocimiento certero y nuevos arreglos institucionales para articular los procesos de sostenibilidad endógena con la sostenibilidad general del desarrollo. Habrá cada vez más competencia entre actores económicos que entienden los retos de la sostenibilidad como oportunidades para su negocio, pero también deberá haber una gran cooperación entre ellos para garantizar la provisión de servicios ecosistémicos a perpetuidad. Ahí vamos.
Brigitte Baptiste