¡Cómo es la vida! El Presidente, que le ha dado tanto palo al empresariado y ha despreciado tanto la inversión privada, va a tener que admitir que son esos mismos industriales los que lo terminarán salvando de una debacle segura, si él no acaba antes con el motor de la economía del país.
Es una gran paradoja que aunque haya hecho todo lo posible por desprestigiarlos, los empresarios desde el día uno lo hayan querido ayudar para que le vaya bien, ya aceptando una reforma tributaria que los llevó a niveles impositivos insólitos, como proponiéndole permanentemente alianzas en el sector del agro, en la restitución de tierras o ayudándole con donaciones que le han permitido quedar bien con varias comunidades del país. Pero hablemos de lo que está pasando en La Guajira para poner un simbólico ejemplo. A la ancestral falta de agua, que ningún gobierno ha podido solucionar de fondo, se suma la más indignante corrupción.
Si fuera por la intervención exclusiva del sector público, en dos años el presidente Petro solo habría podido exhibir los corruptos carrotanques de Olmedo en La Guajira. Si fuera únicamente por las actuaciones de los ministerios y la Unidad de Gestión del Riesgo, el agua estaría escaseando todavía más, mientras ellos se robaban la plata, como en efecto sucedió, sin que se generara una sola alerta dentro del Ejecutivo, de no ser por las gargantas profundas que decidieron hablar ante los medios de comunicación.
Mientras todo eso pasaba, en menos de seis meses, producto de lo que han llamado ‘misión Guajira’, que no es otra cosa que una eficiente sinergia entre el sector privado y una parte del sector público, 487 familias, es decir más de 2.000 personas, están teniendo, en Manaure, las primeras soluciones de acceso de agua y seguridad alimentaria que por décadas les fueron negadas. Mientras los políticos –sí, los del discurso del ‘cambio’– trasteaban maletines con la plata de las emergencias de departamentos como La Guajira, los privados, vilipendiados a más no poder desde las tribunas incendiarias, se comprometían con llevar proyectos reales a más de 81 comunidades y 3.600 familias. Promigás y el Grupo Aval, con el apoyo de Prisa, están en esto último, para decirlo sin pena y con nombre propio, pero como ellos cientos de empresas más que han estado siempre listas para apoyar.
Del lado del gobierno, también para mencionarlo con nombres y apellidos, quien abrió las puertas de esta solución no fue alguno de los ministros que más arengas echa o de los más ideologizados, sino Laura Sarabia, quien, con pragmatismo, entendió el valor de la unión entre lo público y lo privado alrededor de misiones puntuales que deben sacarse adelante por el bien de la gente y no de un partido político.
De eso es precisamente de lo que habla Mariana Mazzucato a quien muchos funcionarios, comenzando por el presidente, dicen admirar, pero sin pararle ni cinco de bolas, en realidad, a la esencia de su predicamento.
Lo más triste es que Gustavo Petro ha sembrado tanto el odio de clases y ha intentado minimizar sustancialmente la importancia de la iniciativa privada, que cuando estas cosas pasan, la primera reacción de la gente es que los empresarios se le vendieron al gobierno o que el presidente se arrodilló ante los poderosos, cuando la verdad es que todos deberíamos estar celebrando estas alianzas que ponen por delante al ser humano y no los intereses particulares de unos y de otros.
Puede que nunca los oigamos reconocerlo pero lo que, en serio, salvaría al país y al gobierno de su legado de inacción, es una alianza sólida y estable con los que sí saben hacer y en los que, según las últimas encuestas, la gente confía: los empresarios de este país. ¿Seguirá valiendo más el discurso de odio que esta verdad?